¡Cuán contento estoy de haberme ido! ¡Ah, amigo mío! ¿Qué es el corazón del hombre? ¡Dejarte, separarme de ti a quien tanto quiero y de quien era inseparable, y estar alegre todavía! Bien sé que tú me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino todas esas otras amistades para atormentar un corazón como el mío? ¡Pobre Leonor! Y sin embargo, yo no era culpable.
[…]
He advertido en este asunto de tan escasa importancia, que la negligencia y los malentendidos causan en este mundo, tal vez, más prejuicios y trastornos que la astucia y malicia mismas. A lo menos éstas dos últimas son más raras, seguramente.
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