En el prólogo a su obra Santa Juana, George Bernard Shaw
describió a la ciencia como disciplina que abusa de nuestra credulidad, nos
impone una visión extraña del mundo, intimida a la religión:
En la Edad
Media, la gente creía que la Tierra era plana, para lo cual contaban al menos
con la evidencia que les proporcionaban los sentidos: nosotros creemos que es
redonda, y no porque un nimio uno por ciento de entre nosotros pueda aducir las
razones de la física que explican tan peregrina creencia, sino porque la
ciencia moderna nos ha convencido de que nada de lo que parece obvio es cierto,
y de que todo lo mágico, improbable, extraordinario, gigantesco, microscópico,
despiadado y atroz es científico.
[…]
¿No habría sido más
satisfactorio que nos hubieran colocado en un jardín hecho a medida para
nosotros, cuyos restantes se mantuvieran a nuestra disposición para que los
utilizáramos cuando lo tuviésemos a bien? En la tradición occidental existe una
historia similar, muy celebrada, sólo que allí no estaba absolutamente no todo
a nuestra disposición. Había un árbol en particular del cual no debíamos
participar, el árbol del conocimiento. El conocimiento, la comprensión y la
sabiduría nos estaban vetados en esa historia. Debíamos permanecer ignorantes.
Pero no pudimos resistirlo. Nos mataba el hambre de conocimientos; nos crearon
hambrientos, piensa uno. Ahí residió la causa de todos nuestros problemas. En
concreto, ésa es la razón por la que ya no vivimos en un jardín: quisimos saber
demasiado. Mientras permanecimos indiferentes y obedientes, supongo, podíamos
consolarnos con nuestra importancia y centralidad, y decirnos a nosotros mismos
que éramos la razón por la que fue creado el universo. Sin embargo, tan pronto
como fuimos cediendo nuestra curiosidad, a nuestras ansias de explorar, de
aprender cómo es realmente el universo, nos autoexpulsamos del edén. A las
puertas del paraíso se apostaron ángeles guardianes, blandiendo espadas en
llamas, para impedir nuestro retorno. Los jardineros nos convertimos en
exiliados y peregrinos. A veces sentimos nostalgia de ese mundo perdido, pero
eso, me parece a mí, es sentimental y sensiblero. No podíamos ser felices
permaneciendo ignorantes por siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario