Todo lo
que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros por escribir,
gracias a Dios. Entonces, ¿esto? Esto no es un libro. Es un libelo, una
calumnia, una difamación. No es un libro, en el sentido ordinario de la
palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una
patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor, a la
belleza… a lo que os parezca. Voy a cantar para vosotros, desentonando un poco
tal vez, pero voy a cantar. Cantaré mientras la diñáis, bailaré sobre vuestro
inmundo cadáver…
[…]
Aún antes
de que empiece la música, la gente tiene cara de aburrimiento. Una fina tortura
autoimpuesta, el concierto. Por un momento, cuando el director da unos
golpecitos con la batuta, se produce un tenso espasmo de concentración seguido
casi al instante por un repentino aletargamiento general, como un reposo
tranquilo y vegetal inducido por el constante e ininterrumpido chispear de la
orquesta. Yo, cosa curiosa, tengo la mente alerta, como si tuviera mil espejos
dentro del cráneo. ¡Tengo los nervios tensos, vibrantes! Las notas son como
bolas de cristal bailando sobre un millón de surtidores de agua. Nunca había
asistido a un concierto con el estómago tan vacío. Nada se me escapa, ni
siquiera la caída del más pequeño alfiler. Es como si no llevara ropa, cada
poro de mi cuerpo fuese una ventana, todas las ventanas estuvieran abiertas y
la luz me inundase las entrañas. Siento arquearse la luz bajo la bóveda de mis
costillas, y mis costillas cuelgan ahí, sobre una nave vacía que tiembla con
reverberaciones. No tengo la menor idea de la duración; he perdido la noción de
tiempo y espacio. Después de lo que parece una eternidad, sigue un intervalo de
semiinconsciencia equilibrada por una calma tal, que siento un gran lago en mi
interior, un lago de resplandor iridiscente, fresco como gelatina, y sobre ese
lago, alzándose en grandes y raudas espirales, surgen bandadas de aves de paso
con patas largas y delgadas y plumaje brillante. Bandada tras bandada, se
elevan de la superficie fresca y tranquila del lago y, pasando bajo mis
clavículas, se pierden en el blanco mar del espacio. Y luego despacio, muy
despacio, como si una vieja con toca blanca recorriera mi cuerpo, se cierran
las ventanas y mis órganos vuelven a ocupar su sitio. De repente, se encienden
las luces y el hombre del palco blanco al que había tomado por un oficial turco
resulta ser una mujer con una maceta de flores en la cabeza.
[…]
El sueño es la tónica general. Ya nadie escucha.
Es imposible pensar y escuchar. Imposible soñar ni siquiera cuando la propia
música es un mero sueño.
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