«Lo único
que pido a la vida», dice, «son unos cuantos libros, unos cuantos sueños, unas
cuantas jais». Mientras masculla esas palabras, meditabundo, me miró con la
sonrisa más dulce e insidiosa. «¿Te gusta esta sonrisa?», dice, y añade
hastiado: «¡Joder! ¡Si por lo menos pudiera encontrar una tía rica para
sonreírle así!».
«Sólo una
tía rica puede salvarme ahora», dice, con aspecto de fastidio absoluto. «Acaba
uno cansándose de perseguir a jais nuevas sin cesar. Llega a ser algo maquinal.
Lo malo es que no puedo enamorarme, ¿sabes? Soy demasiado egoísta. Las mujeres
sólo me ayudan a soñar y nada más. Es un vicio, como la bebida o el opio. Tengo
que tirarme a una nueva cada día; si no, me pongo enfermo. Pienso demasiado. A
veces me sorprende lo rápido que lo consigo… y lo poco que significa. Lo hago
automáticamente. A veces no estoy pensando en una mujer en lo más mínimo, pero
de repente noto que una mujer me está mirando y entonces, ¡zas!, vuelta a
empezar. Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, ya la tengo aquí
arriba, en la habitación. Ni siquiera recuerdo lo que les digo. Las subo aquí,
les doy un azotito en el culo y, antes de saber de qué se trata, se ha acabado.
Es como un sueño… ¿Entiendes lo que quiero decir?»
[…]
«Quiero
que me saque de mí mismo. Pero para eso tiene que ser mejor que yo; tiene que
tener inteligencia y no sólo un coño. Tiene que hacerme creer que la necesito,
que no puedo vivir sin ella. Encuéntrame una chati así, anda».
[…]
En su eje bamboleante la rueda gira cuesta abajo
sin cesar; no hay frenos ni rodamientos ni neumáticos. La rueda se desintegra,
pero la revolución sigue intacta…
No hay comentarios:
Publicar un comentario