La locura
no es divertida. Y cuando se vive en compañía, menos aún.
Cada
locura crea un mundo inaccesible. Si algo no es social, es la demencia. Primera
paradoja: lo que ustedes llaman “la locura”, es un alfabeto pervertido, una
torre Eiffel diseñada para el descenso del cielo. Una serie de mensajes
envenenados.
La locura
es la gran constructora de lo contrario. Con los mecanismos que habitualmente
se usan enlazarse con otros, ella utiliza la comunicación para desinformar a
uno mismo y a los demás. La locura es la gran bruja mentirosa suprema.
La locura
es engaño y la demencia es soledad. ¿Estamos?
Cada
locura se cierra sobre sí misma y constituye un espectáculo terrible para los
demás, si es que en este mundo alguien puede percibirla como tal. Que unos
coman tierra, que otros busque cosas en el paisaje que no están más que en una
esquina recóndita de su mente; no son más que muestras exteriores. El verdadero
monstruo no es tan visible, es el hombre combatiendo contra un diablo persona e
intransferible que lo derrota día a día. Hay locuras lúcidas, divertidas,
exóticas y desde luego inocentes, y las hay terribles, sangrientas, como
maremotos que a su paso destruyen todo, llenan de dolor, brotan como violencia.
Y a veces
esos demonios son contagiosos.
La locura
es el infierno.
Lo sé,
porque he vivido en él y dentro de él. Con ellos y conmigo.
Y uno se
aferra a confirmarse en la visión de los demás e intenta una vida propia
inteligente. ¿Y cuando los demás devuelven nuevas deformaciones a la visión del
espejo? Por eso no siempre la razón te permite ser los otros, entender a los
otros, verte con sus ojos. Uno sale de las brumas. La Nada. Y nada en un mar
nocturno viscoso; y la memoria no ayuda: ¿Quién era ayer? ¿Qué estaba haciendo?
¿Cómo me llamo? ¿Por qué observo con tanta atención las manches de humedad en
la pared de los lavaderos intentando extraerles sentido? ¿A qué le tengo miedo?
El horror de tenerle pánico al miedo. Intento nadar. La mente nada
elegantemente entre las brumas. Y hay que aferrarse a su voluntad de estar a
flote, porque aunque duela, sólo eso impide el abandono, el dejarse ir hacia el
fondo, la tentación del fracaso, el permiso a la derrota y el hundirse en el
caos de las libres asociaciones, las manías, las obsesiones, la libertad.
La lucidez
es una cárcel repleta de reglas y sacrificios. Duele. Pero mata a los
monstruos, detiene el viaje hacia el infierno.
La lucidez
es lo contrario a la libertad, pero la derrota lo es y más aún. Calderón de la
Barca, en su inmenso ingenio se equivocaba. Cito por el placer de evocar el
sonido de los versos:
Sólo quisiera saber,para apurar mis desvelos(dejando a una parte, cielos,el delito de nacer),qué más os pudo ofender,para castigarme más.¿No nacieron los demás?Pues si los demás nacieron¿qué privilegios tuvieronque yo no gocé jamás?
Iluso
Calderón, inocente su dios. No hubo maligna elección. Nada tiene que ver el
dios de Calderón con todo esto. La locura es humana, es una elección personal
ante la incapacidad de vivir con uno mismo, es terrenal, es infernal.
Sólo la lucidez es el paraíso.
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