jueves, 12 de julio de 2012

INTERRUPCIONES E IRRUPCIONES



Escribir una novela es fundamentalmente un acto de impudor. Peinarse es también un acto de impudor, sobre todo porque se hace tendiendo a disimular la cicatriz que corre en el límite con el nacimiento del pelo. Pero peinarse es un acto de pudor menor, mientras que escribir es grave. Es enmascarar la realidad, es ocultar los miedos, reinventar las cosas que se dijeron, y sobre todo, a las personas que las dijeron.

Hay una cierta perversidad en escribir una novela, me digo. Es algo que no se puede hacer con un peine de carey. Quizá sea por eso por lo que en las noches me quitan la pluma estilográfica, no como ellos dicen para impedir que accidentalmente me la clave en la garganta (¡Qué absurdo! Lo más que eso produciría sería una ronquera permanente), sino para que no mate a alguien revelando la oscuridad de sus miedos, sus secretas pesadillas, sus orgullos malsanos, sus violaciones al honor, su falta de patria, de sentido común. Impiden que los lleve al ridículo profundo, el de los granos en el culo y las babeadas nocturnas.

Y desde luego, me dejan el peine, porque piensan que nadie puede matarse usando un peine de carey.

Por cierto, lector, me gustaría tener un funeral con mariachis.

[…]

He perdido cosas por el camino. Me he encontrado y perdido a mí mismo muchas veces. Podría terminar así, en seco, de repente, a mitad de una frase, de una pala…

Escribo sin esperanza la palabra maldita, la palabra mortal, la palabra interminable, la palabra inicial: “Fin”. 

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