lunes, 9 de julio de 2012

SILVESTRE Y ABEL


Es el amor –pensó Abel-. Es el amor el que les da esta tranquilidad, esta paz.

[…]

La vida debe ser interesada, interesada a todas horas, proyectándose de acá para allá. Presenciar no es nada. Presenciar es estar muerto.

[…]

Siempre es posible dejar un empleo que nos pesa o una mujer que nos cansa. Pero el aburrimiento ¿cómo se corta?

[…]

-Pienso que si no puedo aconsejarle, por lo menos puedo decirle que la vida sin amor, la vida así como la ha descrito hace poco, no es vida, es un estercolero, una ciénaga.

Abel se levantó, impulsivo:

-Es todo eso, sí, señor. ¿Y qué le vamos a hacer?
-¡Transformarla! –respondió Silvestre, levantándose también.
-¿Cómo? ¿Amándonos los unos a los otros?

La sonrisa de Abel se desvaneció ante la expresión grave de Silvestre:

-Sí, pero con un amor lúcido y activo, un amor que venza al odio.

[…]

Siento y pienso así como respiro, con la misma naturalidad, la misma necesidad.

[…]

La edad puede mucho. Trae la experiencia, pero trae también el cansancio.

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