Es el amor –pensó Abel-. Es el amor el que les da esta
tranquilidad, esta paz.
[…]
La vida debe ser interesada, interesada a todas horas,
proyectándose de acá para allá. Presenciar no es nada. Presenciar es estar
muerto.
[…]
Siempre es posible dejar un empleo que nos pesa o una
mujer que nos cansa. Pero el aburrimiento ¿cómo se corta?
[…]
-Pienso que si no puedo aconsejarle, por lo menos puedo
decirle que la vida sin amor, la vida así como la ha descrito hace poco, no es
vida, es un estercolero, una ciénaga.
Abel se levantó, impulsivo:
-Es todo eso, sí, señor. ¿Y qué le vamos a hacer?
-¡Transformarla! –respondió Silvestre, levantándose
también.
-¿Cómo? ¿Amándonos los unos a los otros?
La sonrisa de Abel se desvaneció ante la expresión grave
de Silvestre:
-Sí, pero con un amor lúcido y activo, un amor que venza
al odio.
[…]
Siento y pienso así como respiro, con la misma
naturalidad, la misma necesidad.
[…]
La edad puede mucho. Trae la experiencia, pero
trae también el cansancio.
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