Me refiero
a que tú, cuando encuentres a alguien que valga la pena, empezarás a sentirte
más segura de ti misma. Porque, a la que te andas con medias tintas, fatal. En
este mundo hay cosas que sólo puedes hacer sola y cosas que sólo puedes hacer
con otra persona. Es importante ir combinando las unas con las otras.
[…]
Y ¿sabes qué pienso? –dice entonces-. Pues que
para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar
viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos
valgan la pena o no. Son simple combustible. Anuncios de propaganda en un
periódico, un libro de filosofía, una fotografía pornográfica o un fajo de
billetes de diez mil yenes, si los echas al fuego, sólo son pedazos de papel.
Mientras los vas quemando, el fuego no piensa: “¡Oh, es Kant!”, o “Esto es la
edición vespertina del Yomiuri Shinbun”,
o “¡Buen par de tetas!”. Para el fuego no son más que papelotes. Pues sucede lo
mismo. Recuerdos importantes, otros que no lo son tanto, otros que no tienen
ningún valor: todos, sin distinción, no son más que combustible. –Kôrogi
asiente como para sí. Luego prosigue-: Y ¿sabes? Si a mí me faltara ese
combustible, si dentro de mí no hubiera esa especie de cajón de recuerdos, hace
tiempo que, ¡crash!, me habría partido en dos. Y me habría muerto en cualquier
rincón, tirada como un perro. Gracias a ese montón de recuerdos, valiosos o
insignificantes según el momento, que van saliendo del cajón, puedo seguir
viviendo, soy capaz de soportar esta pesadilla. Aunque a veces me diga a mí
misma que ya no puedo más, los recuerdos me dan fuerza para seguir adelante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario