En un
tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un
hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento
orgulloso al decir que soy inhumano,
que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que nada tengo que ver con
credos ni principios. Nada tengo que ver con la crujiente maquinaria de la
Humanidad: ¡pertenezco a la Tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la
almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a
todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome,
incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de
reojo con sus siniestras calaveras. ¡Soy
inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo
aunque lluevan cocodrilos.
[…]
En la
maravillosa paz que me inundaba, me pareció como si hubiera subido a la cima de
una montaña alta; por un rato iba a poder mirar a mi alrededor, asimilar el
significado del paisaje.
Los seres
humanos constituyen una fauna y flora extraña. De lejos parecen
insignificantes; de cerca, feos y maliciosos. Más que nada necesitan estar
rodeados de suficiente espacio: de espacio más que de tiempo.
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