martes, 22 de marzo de 2011

UN NUEVO YO

¡Con que ligereza escribí entonces esas líneas! O más bien, con qué confianza en mí mismo, con qué esperanza inquebrantable. ¿Dudaba en lo más mínimo de mí? Han pasado dieciocho meses y me he hallado en un nivel mucho más bajo que el de un mendigo. ¿Qué me importa? ¡Me tiene sin cuidado! ¡He causado mi propia pérdida! Además, ninguna comparación es posible y es inútil predicarse a sí mismo la moral. ¡No hay nada tan absurdo como la moral en semejantes momentos! La gente satisfechas de sí mismas, ¡con qué orgullosa satisfacción están dispuestas a decretar sus decisiones! Si comprendiesen hasta qué punto comprendo yo mismo la ignominia de mi situación actual, no tendrían seguramente valor para sermonearme. ¿Pero, qué pueden decirme que yo no sepa? El hecho es que todo puede cambiar con una sola vuelta de la rueda y entonces los mismos moralistas serán los primeros –estoy seguro- en felicitarme con amistosas bromas. Y no se separarán todos de mí como ahora. ¡Qué se vayan todos al diablo! ¿Qué soy ahora? Un cero. ¿Qué puedo ser mañana? ¡Mañana puedo resucitar de entre los muertos, comenzar una vida nueva! Puedo descubrir en mí al hombre, mientras se halle en mí todavía.

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