domingo, 20 de marzo de 2011

¿NO HABRÉ PERDIDO LA CABEZA?

He estado casi un mes sin continuar estas notas, comenzadas bajo la influencia de impresiones  desordenadas, pero fuertes.

La catástrofe cuya inminencia preveía se ha desencadenado, en efecto, pero cien veces más brusca y más inesperada de lo que creía.

Fue algo extraño, tumultuoso, incluso trágico, al menos en lo que a mí se refiere. Han ocurrido algunas aventuras casi milagrosas. Al menos las considero así hasta el momento actual, aunque, desde otro punto de vista, y sobre todo, juzgando según el torbellino en que giraba entonces, sean a lo más un poco excepcionales. Pero lo que me parece más milagroso es el modo como me he comportado respecto a esos acontecimientos. ¡No consigo todavía entenderlos!

Todo eso ha pasado como un sueño –incluso mi pasión. Sin embargo, era una pasión fuerte y sincera…, pero ¿qué ha sido de ella? No queda nada, hasta el punto que algunas veces se me ocurre la siguiente idea: “¿No habré perdido la cabeza y pasado todo este periodo en un asilo de alienados? Quizás me hallo en él todavía de modo que ‘todo eso no existe y continua no existiendo’, no es más que una ilusión…”

He reñido y releído mis cuartillas –quien sabe, tal vez para convencerme que no las he escrito en un manicomio-. Ahora estoy completamente solo. El otoño se acerca, las hojas amarillean. Permanezco en esa melancólica y pequeña ciudad -¡qué tristes son las pequeñas ciudades alemanas!- y en lugar de reflexionar en lo que conviene hacer, vivo bajo la influencia de sensaciones apenas abolidas, de sensaciones recientes, de la ráfaga que me ha llevado y me ha dejado de lado como un resto de naufragio.

Me parece, algunas veces, que continúo siendo el juguete de esta ráfaga, y que, de un momento a otro, la misma tempestad me llevará en su ala rápida, que voy a perder el equilibrio, el sentido de la medida, y girar, girar, indefinidamente…

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