Los músicos tocaron y la mujer cantó, y esta vez el público suspiró y se inclinó hacia adelante en los asientos; unos pocos se pusieron de pie, sorprendidos, y una ráfaga helada atravesó el anfiteatro. La mujer cantaba una canción terrible y extraña. Trataba de impedir que las palabras le brotaran de la boca pero éstas eran las palabras:
Avanza envuelta en belleza, como la noche
de regiones sin nubes y cielos estrellados;
y todo lo mejor de lo oscuro y lo brillante
se une en su rostro y en sus ojos…
La cantante se tapó la boca con las manos, y así permaneció unos instantes, inmóvil, perpleja. La mujer se echó a llorar y huyó del escenario. El público abandonó el anfiteatro. Y en todos los trastornados pueblos marcianos ocurrió algo semejante.
En las avenidas sombrías, bajo las antorchas, los niños cantaban:
… y cuando ella llegó, el aparador estaba vacío,
y su pobre perro no tuvo nada.
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