Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se
me suceden como en un vertiginoso ballet; a pesar de lo cual, o quizá por eso
mismo, he ido acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosamente; de otro
modo creo que no tardaría en volverme loco.
[…]
Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que
iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas.
[…]
En
la época en que yo tenía amigos, muchas veces se han reído de mi manía de
elegir siempre los caminos más enrevesados: Yo me pregunto por
qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el
contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece
extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa
sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un ejemplo de todos
los días: la gente que da limosnas; en general, se considera que es más
generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con el mayor
desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de
un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente
se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su
tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese hasta qué punto esa
gente es mezquina cuando no se decide a gastar más de un peso por día para
asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su
bondad. ¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se requiere para
sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita (y usuaria)
operación!
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