Decía siempre la mar. Así es
como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan
mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores
más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes
de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban
el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un
contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre
como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes
favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo.
La Luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.
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