Desde aquel momento, la
relación limpia hacia la mujer ya no existía para mí y no podía existir. Me
convertí en lo que llaman un depravado. Y cuando te conviertes en un depravado,
adquieres una condición física parecida a la del borracho, fumador o
drogadicto. Así como el drogadicto, el bebedor o el fumador ya no es una
persona normal, la persona que anda con varias mujeres buscando sólo el placer
ya no es una persona normal, sino una persona deteriorada para siempre. Así
como al bebedor o al drogadicto se le puede conocer por su cara, por sus
modales, así mismo ocurre con el depravado sexual. Éste puede contenerse,
luchar contra sí mismo, pero la relación limpia, simple y clara hacia la mujer
ya no existirá jamás. Se puede reconocer a un depravado por la forma en la que
mira a una mujer joven: yo me convertí en un depravado, adquirí esa naturaleza,
y ese hecho me destruyó.
[…]
Resulta admirable la falacia
tan grande existente en el hecho de pensar que lo bonito es bueno. La mujer
bonita dice tonterías y al escucharlas no ves las tonterías sino una gran
inteligencia. Si ella dice groserías, tú sólo ves algo fascinante. Y si ella no
dice tonterías, ni hace barbaridades, entonces te das cuenta de que es una
maravilla en lo tocante a la inteligencia y la mora.
[…]
En todas las novelas se describen los
sentimientos de los héroes hasta el más mínimo detalle: las lagunas, los
parajes que frecuentaban; pero al describir su amor hacia alguna mujer, no se
detalla nada de lo que este héroe ha hecho con anterioridad: no se dice una
palabra de las casas que frecuentaba, de las doncellas, de las cocineras, de
las mujeres ajenas. Si existen esas novelas inapropiadas, no las dejan caer en
las manos de las jovencitas. Al principio engañan a las chicas diciendo que
este tipo de libertinaje, que llena la mitad de la vida de nuestras ciudades e
incluso de nuestro pueblo, no existen en absoluto.
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